miércoles, 26 de diciembre de 2012


  • Reflexiones sobre la Guerra Nacional


    La Guerra Nacional produjo un sentimiento de unidad en las élites gobernantes y los intelectuales nicaragüenses, provocando, además, la reflexión sobre el sentido de nación en un contexto internacional muy difícil, pues la hegemonía de los Estados Unidos y otras potencias estaba lejos de opacarse.


    El sentimiento nacional estaba todavía muy fragmentado, y predominaban, aún después de la guerra, las lealtades locales y partidistas. La tarea de los intelectuales fue, pues, hacer trascender a las masas el sentimiento nacional, sacando lecciones de la invasión filibustera y de la unidad centroamericana.


    En su discurso del 8 de noviembre de 1857, ante la Asamblea Constituyente, los intelectuales Gregorio Juárez y Rosalío Cortés dijeron que era necesario “olvidar” las causas de la guerra y enfatizar la unidad y el heroísmo de la Guerra Nacional: “La historia de los tres años que acabamos de atravezar, debería para siempre sepultarse en el olvido, con todas nuestras locuras, torpezas y desvaríos, si ella no envolviese la gloriosa campaña nacional que dio a los ejércitos aliados de todos los Estados de Centro América, la ocasión más propia, para hacer que el lustre de sus armas reflejase esplendente por todos los ángulos de la tierra… Consérvese sólo, de esos tres años, tanto honor, tanta generosidad en lo que ha cabido su parte a Nicaragua; bórrese todo lo demás, cuyo nombre y clasificación ignoramos; y procedamos a hablar de la época presente, que data del 24 de junio del corriente año”.


    Además, en 1858, el intelectual y político Gregorio Juárez publicó una serie de reflexiones sobre el nuevo contexto internacional en el que era evidente el dominio de los Estados Unidos, advirtiendo la necesidad de desarrollar una política exterior acorde con el principio de la balanza del poder a nivel mundial. Pero, sobre todo, señaló la necesidad de fomentar el nacionalismo, pues en 1858 Nicaragua seguía siendo una comunidad nacional muy fragmentada.


    En 1912, una nueva ocupación militar norteamericana de Nicaragua hizo que el intelectual nicaragüense más importante de la época—Rubén Darío—rememorara en La Nación de Buenos Aires, las acciones bélicas de la guerra contra los filibusteros y la derrota de William Walker.


    En esta sección, recogemos el pensamiento de estos patriotas cuya vigencia es universal.

    Las Reflexiones de Gregorio Juárez

    Durante la ocupación filibustera, los gobernantes e intelectuales nicaragüenses sintieron en carne propia las consecuencias del racismo profundamente arraigado en la ideología del Destino Manifiesto.

    Esta ideología no era exclusiva de esclavistas sureños como William Walker, sino que agredía la dignidad de los miembros de la élite criolla de Nicaragua hasta en los círculos oficiales en la capital de los Estados Unidos. Los temores de los gobernantes nicaragüenses se veían agravados por artículos publicados en periódicos europeos y norteamericanos pronosticando que Estados Unidos pronto absorbería los territorios de México, Centro América y Nueva Granada.

    Este proceso era inevitable - se aseguraba - debido a la "natural decadencia" de los pueblos hispanoamericanos,muchos se dejarían convencer. Por ejemplo, el Presidente de Colombia, Mariano Ospina Rodríguez, propuso oficialmente en 1857 la anexión pacífica de su patria a los Estados Unidos. Puesto que la expansión norteamericana era inexorable - razonó - era preferible que Colombia fuese absorbida por esa potencia de una manera incruenta - sobre todo, considerando que dicha transición traería estabilidad y seguridad a la clase propietaria. Ejemplo contrario es el intelectual nicaragüense Gregorio Juárez, quien se preocupó por analizar las causas del expansionismo norteamericano para contrarrestar su arrollador avance, publicando sus reflexiones sobre el tema en una serie de editoriales de El Nacional.

    Modalidades del expansionismo norteamericano

    Gregorio Juárez observó que el expansionismo norteamericano se desarrollaba bajo dos modalidades:


    por medio de las irrupciones ilegales de los llamados filibusteros y mediante una política oficial sistemática.

    Las primeras - explicó - eran, en esencia, empresas llevadas a cabo por aventureros en busca de riquezas materiales, aunque por sus resultados debían ser consideradas como parte integrante del sistema político de los Estados Unidos. Además, distraían la atención de los gobiernos amenazados, y les hacían perder de vista la segunda modalidad, más grave y poderosa, que socavaba poco a poco los cimientos mismos de las naciones hispanoamericanas. Era preciso, por tanto, determinar qué condiciones domésticas favorecían dicho proceso de absorción, y cuáles podían ser los medios más eficaces para contrarrestarlo.


    Juárez destacó:

    La ausencia de un espíritu nacional y de una política exterior coherente. Su remedio: difundir el sentimiento nacional y encontrar una fórmula para conjugar los intereses de los pequeños y débiles Estados hispanoamericanos con los de la "fuerte e imponente" república del norte.

    A fin de conservar su independencia, los Estados hispanoamericanos debían cobijarse bajo la política de la "balanza del poder" que regía las relaciones entre los gobernantes del Viejo Continente.

    Nicaragua - sugería Juárez - podría lograr este objetivo suscribiendo tratados especiales con diversas potencias europeas, para convertirse en país anfitrión de inmigrantes de distintas nacionalidades. Los colonos - portadores de cultura y tecnología - serían recibidos bajo condiciones de la "más perfecta igualdad", para garantizar el equilibrio de la influencia de sus respectivas metrópolis..

    En opinión de Juárez, el Tratado Clayton-Bulwer era un fruto de la política de la "balanza del poder": los compromisos asumidos por Estados Unidos ante Inglaterra en ese documento habían impedido que Walker convirtiera a Nicaragua en un Estado más de la Unión americana.

    Como corolario de sus reflexiones, el intelectual nicaragüense propuso una "máxima" de derecho internacional:


    "Las naciones son respetadas ó consideradas por lo que tienen que dar, ó por lo que pueden quitar á las otras. Si dan todo lo que tienen, ninguna consideración deben esperar.

    Mi país - razonaba Juárez - tiene mucho que ofrecer: la ruta interoceánica y tierras para inmigrantes extranjeros. Estos preciosos recursos nunca más deberían ser enajenados a concesionarios privados. Tan sólo aquellos Estados que aceptasen asumir el compromiso de garantizar la independencia de Nicaragua, podrían obtener para sus súbditos el derecho a transitar por su territorio o adquirir propiedades agrícolas.

    La admiración que Juárez profesaba por los Estados Unidos como modelo del progreso decimonónico, pugnaba con su temor ante la posibilidad de que nuevos paladines del Destino Manifiesto sojuzgaran o exterminaran a los pueblos hispanoamericanos. Su concepto de "civilización", prestado del mundo industrializado, no podía obviar la viva experiencia de la ocupación filibustera.

    Liberalismo y nacionalidad

    ¿Cómo resolver esta contradicción? En opinión de Juárez, ello sería posible si Hispanoamérica adoptaba las instituciones políticas liberales que impulsaban el admirable desarrollo de Estados Unidos. Imitar a la pujante potencia continental - sugería Juárez - era la mejor garantía para contrarrestar la difusión de la ideología del Destino Manifiesto:

    "Para enfrentarnos á semejante propaganda es necesario que nuestros conciudadanos no tengan nada que temer de nuestras instituciones; ni que envidiar en la ajena lo que abunde en nuestra propia casa; porque sin la garantía de nuestros preciosos derechos, habrán de correrse peligros de varios jeneros, cuyo resultado inevitable será el desaparecimiento de nuestras pequeñas nacionalidades y el aniquilamiento de nuestra noble y jenerosa raza, bajo el torbellino ignominioso de vejaciones, ultrajes y humillaciones imposible de describir".

    El desarrollo de un espíritu nacional en Nicaragua exigía que los ciudadanos se compenetraran de un sentimiento de amor y de adhesión por las instituciones fundamentales de la República, de manera que se empeñaran en conservarlas.

    Era preciso, pues:

    "... adornar de encantos á la madre patria para hacerla amable a todos sus hijos de modo que no puedan sobrevivir á su pérdida, porque perdiéndola, se pierden la seguridad, la libertad, la propiedad, al mismo tiempo que todos nuestros recuerdos, todos nuestros amores, todas nuestras esperanzas."


    Fragilidad del sentido de nación

    En la cita anterior de los escritos de Gregorio Juárez encontramos uno de los principales ejes de todo discurso nacionalista: la metáfora del parentesco que representa a la nación como el hogar ancestral. Esta imagen remite a los individuos a un remoto pasado colectivo, a la vez que proyecta la existencia de su comunidad política hacia un futuro ilimitado en el tiempo.

    Sin embargo, en la Nicaragua de 1858, el espíritu patriótico no había calado tan hondo como para ocultar las diferencias entre los distintos estratos sociales. Prueba de ello era una carta remitida por un ex-soldado para ser publicada en El Nacional, en la que denunciaba a los comerciantes que habían conservado sus riquezas, besando humildes la mano de los filibusteros, y aún después de la guerra seguían explotando a los "nobles mártires de la patria", al especular con los bonos librados por el gobierno para pagar sus salarios.

    Gregorio Juárez atacó duramente a quienes exigían del Estado una retribución económica por haber contribuido, bien con sus fortunas o con su sangre, a defender a la patria de los filibusteros. Una vez pasada la euforia de las Fiestas Patrias, la realidad se encargaba de exponer la fragilidad del espíritu nacional en la Nicaragua de 1858, al extremo de hacerle dudar sobre la credibilidad que merecía el Artículo primero de la recién juramentada Constitución:


    "Se ha dicho con razón que las costumbres andan con mas lentitud que las leyes, sino es en los casos en que la ley sanciona las costumbres estatuidas por el tiempo. ¡cuántos años es necesario que transcurran para que Nicaragua sea una República y que los nicaragüenses sean ciudadanos republicanos!"


    Las Reflexiones de Rubén Darío

    La guerra contra Walker y los filibusteros se convirtió en un motivo histórico fundamental para pensar la nacionalidad, amenazada por las intervenciones militares de los Estados Unidos. La ocupación de 1912, hizo que el intelectual nicaragüense más importante de la época—Rubén Darío—rememorara en La Nación de Buenos Aires, las acciones bélicas de la guerra contra los filibusteros y la derrota de William Walker. Según Darío, era ésta “una de las páginas más brillantes de la historia de las cinco repúblicas centroamericanas”.

    Rubén Darío

    Cuando el yanqui William Walker llevó a Nicaragua sus rifleros de ojos azules, se hallaban los Estados Unidos harto preocupados con sus asuntos de esclavistas y antiesclavistas, y el futuro imperialismo estaba en ciernes. Si no, ha tiempo que Nicaragua ¡que digo! Las cinco repúblicas de la América Central serían una estrella o parte de una estrella del pabellón norteamericano.

    Los manes de William Walker deben estar hoy regocijados. Era aquel filibustero culto y valiente, y de ideas dominadoras y largas vistas tiránicas, según puede verse en sus memorias, ya en el original inglés, muy raro, ya en la traducción castellana de Fabio Carnevallini, también difícil de encontrar. En tiempo de Walker era el tránsito por Nicaragua de aventureros que iban a California con la fiebre de oro. Y con unos vaporcitos en el Gran Lago, o lago de Granada, comenzó la base de su fortuna el abuelo Vanderbilt tronco de tanto archimillonario que hoy lleva su nombre.

    William Walker era ambicioso; mas el conquistador nórdico no llegó solamente por su propio esfuerzo, sino que fue llamado y apoyado por uno de los partidos en que se dividía el país. Luego habrían de arrepentirse los que creyeron apoyarse en las armas del extranjero peligroso. Walker se comió el mandado, como suele decirse. Se impuso por el terror, con sus bien pertrechadas gentes. Sembró el espanto en Granada. Sus tiradores cazaban nicaragüenses como quien caza venados o conejos.

    Fusiló notables, incendió arrasó. Y aún he alcanzado a oír cantar viejas coplas populares:

    La pobre doña Sabina
    un gran chasco le pasó,
    que por andar tras los yanques
    el diablo se la llevó.


    No se decía yanquis, sino “yanques”.Por allá vienen los yanques con cotona colorada,Gritando ¡hurra!, ¡hurra!, ¡hurra!,En Granada ya no hay nada.

    Y llegó Walker a imperar en Granada y tuvo partidarios nicaragüenses y hasta algún cura le celebró en un sermón, con citas bíblicas y todo en la parroquia. Pero el resto de Centroamérica acudió en ayuda de Nicaragua, y con apoyo de todos, y muy especialmente de Costa Rica, concluyó la guerra nacional echando fuera al intruso.

    El bucanero volvió a las andadas. Desembarcó en Honduras. Fue tomado prisionero en Trujillo, y, para evitar nuevas invasiones, se le fusiló. Y la defensa contra el famoso yanqui ha quedado como una de las páginas más brillantes de la historia de las cinco repúblicas centroamericanas.


    (Tomado de:”El fin de Nicaragua”, La Nación, Buenos Aires, 28 de septiembre de 1912; recogidos por Pedro Luís Barcia en sus Escritos dispersos de Rubén Darío, y reproducido en: Instituto de Estudios del Sandinismo. Pensamiento Antiimperialista en Nicaragua. Antología. Managua: Nueva Nicaragua, 1982).